Estoy
en la sala de espera de un manicomio, pero todos me parecen más cuerdos que en
ningún otro lugar, excepto por las personas que venden en los quioscos, jóvenes
que de acuerdo a su uniforme, pertenecen a un programa de rehabilitación.
Uno
de ellos se acerca a mí, me pregunta la hora y si me he puesto medias, le
enseño mis medias y sonrío, me parece el tipo más tierno del mundo, no tengo
miedo, me siento en confianza.
Espero
oír un nombre y dejarme llevar después, hacia lo que venga.